Charles Guiteau: el asesino inocente
Del frasco de un museo a Netflix: cómo la serie 'Death by Lightning' rescata del olvido un magnicidio absurdo, el del presidente Garfield.
Un archivero del National Museum of Health and Medicine revisa estanterías polvorientas cuando, entre cajas olvidadas, descubre un frasco de vidrio que contiene un trozo de cerebro humano. La etiqueta amarillenta indica un nombre apenas legible: Charles J. Guiteau y una fecha: 1882. El hallazgo actúa como detonante narrativo para reconstruir en los seis capítulos de la serie Death by Lightning (en Netflix, “Muerte por un rayo”) una de las historias más extrañas, trágicas y grotescas de la política estadounidense del siglo XIX, la del asesinato (o no tanto, como veremos) del 20º Presidente estadounidense, James A. Garfield. Lo cierto es que el cerebro de Guiteau realmente está en un museo y es precisamente desde ese frasco que comienza la reconstrucción de un caso donde se mezclan obsesión política, negligencia médica y fanatismo religioso.
Charles J. Guiteau, un abogado fracasado y conocido en Washington por su comportamiento excéntrico y delirante, tenía 39 años cuando comenzó la campaña presidencial de 1880 en Estados Unidos. Una campaña que en la serie se explica muy bien desde el principio, en unas primarias en las que Garfield no solo no era favorito, sino que apoyaba a otra candidatura pero que, a través de su excelso discurso, fue logrando apoyos. En la serie se explican los tejemanejes para conseguir que fuera candidato dentro de las “familias” del GOP.
Una vez Garfield fue escogido candidato republicano, Guiteau envió repetidas veces al equipo de campaña, formado por James Blaine y Chester Arthur, un discurso que él mismo había redactado, con ideas vagas sobre política exterior y exhortaciones al triunfo del candidato. Con la victoria electoral de Garfield, él creía sinceramente que su texto había sido decisivo para ganar, aunque nadie en la campaña le había prestado la menor atención.
El 4 de marzo de 1881, Garfield tomó posesión como presidente tras derrotar al demócrata Winfield Scott Hancock por 214 votos electorales frente a 155. A partir de ese día, Guiteau comenzó a presentarse insistentemente en departamentos del Gobierno para exigir un cargo diplomático (preferentemente un consulado en París, porque tonto no era) como pago por los supuestos “servicios” prestados durante la campaña. Tampoco esta vez nadie lo tomó en serio.
El 2 de julio de 1881, apenas cuatro meses después del inicio del mandato, el presidente Garfield llegó a la estación de tren de Washington para emprender un viaje hacia Nueva Jersey, donde iba a participar en un acto público. Entre la multitud apareció Guiteau y le disparó dos veces por la espalda: una bala rozó el brazo y la otra penetró en el abdomen. Ninguno de los disparos dañó órganos vitales.
Aún así, herido, Garfield fue trasladado a la Casa Blanca, donde permaneció postrado durante setenta días. Allí comenzó un prolongado calvario médico que, según numerosos historiadores, fue más letal que los propios disparos. Los médicos, convencidos de que era imprescindible localizar la bala alojada en su cuerpo, manipularon repetidamente la herida con los dedos o instrumentos no esterilizados, una práctica que reflejaba el desconocimiento de la antisepsia en la medicina estadounidense, a pesar de que las técnicas de Lister ya eran conocidas en Europa.
Incluso Alexander Graham Bell intentó detectar la bala mediante un primitivo detector de metales que había diseñado tras adaptar un invento de Edison. El aparato falló durante las pruebas porque la cama de Garfield tenía un somier metálico que interfería con la señal; los médicos, además, insistieron en explorar solo un lado del cuerpo por error, lo que hizo imposible la localización del proyectil.
El 6 de septiembre, esperando que el aire marino ayudara a su recuperación, Garfield fue trasladado a Long Branch, en la costa de Nueva Jersey. Durante unos días pareció mejorar, pero su estado se deterioró rápidamente debido a la infección generalizada y a una hemorragia interna causadas por las intervenciones médicas. Finalmente, el 19 de septiembre de 1881, el presidente murió.
La responsabilidad de la muerte de Garfield ha sido objeto de un amplio consenso histórico: fueron los médicos, y no Guiteau, quienes causaron el desenlace fatal. El propio Guiteau insistió en que él solo había disparado, pero que la negligencia médica (y Dios) había matado al presidente. En una carta enviada ese mismo 2 de julio al entonces vicepresidente Chester A. Arthur, escribió: “Mi inspiración es una bendición para ti y supongo que la aprecias... Nunca pienses en la destitución de Garfield como un asesinato. Fue un acto divino”.
Pese a estas declaraciones, Guiteau fue sometido a juicio. Su defensa alegó locura (estaba como una campana, según crónicas de la época), pero fue declarado culpable de asesinato y ejecutado en la horca el 30 de junio de 1882. Su familia no pudo (o quiso) costear un entierro y su cuerpo, tras la autopsia, fue enterrado discretamente en el patio de la prisión. Sin embargo, toda la historia era vox populi y había una creciente demanda de souvenirs macabros —ya circulaban fragmentos de cuerda vendidos como reliquias—, lo que alimentó rumores de que algunos guardias planeaban desenterrar el cadáver para vender partes del ajusticiado. Para evitar un escándalo, las autoridades decidieron exhumarlo y trasladarlo al National Museum of Health and Medicine. Allí se conservaron su cráneo, su bazo agrandado y porciones de su cerebro, que fueron archivadas. Algunas permanecieron almacenadas durante décadas, y otras acabaron expuestas en instituciones médicas. Hoy, fragmentos del cerebro de Guiteau pueden verse en el Mütter Museum de Filadelfia, donde continúan siendo uno de los restos humanos más inquietantes y visitados.
La miniserie de Netflix Death by Lightning (2025) retoma esta historia a partir del hallazgo del cerebro, que funciona como hilo conductor de la serie. Reconstruye no sólo el atentado, sino el clima político y social de la época, presentando a Michael Shannon como un Garfield reformista atrapado entre facciones internas, y a Matthew Macfadyen como un Guiteau alucinado, incapaz de distinguir entre su delirio religioso y su ambición personal.
Os recomiendo verla. Al hacerlo recordé esta historia del asesino “inocente”, que escribí hace ya unos años en mi viejo blog, y he querido actualizarla hoy.
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