Cuando Nixon conoció a Elvis
La historia de una foto icónica en la Casa Blanca, que sigue siendo la más solicitada del Archivo Nacional estadounidense.
El 21 de diciembre de 1970, en el Despacho Oval de la Casa Blanca, se produjo uno de los encuentros más insólitos de la historia política y cultural de Estados Unidos. La imagen que inmortaliza ese momento muestra a dos hombres en apariencia muy distintos: el presidente Richard Nixon, símbolo del conservadurismo republicano, y Elvis Presley, el Rey del Rock and Roll, icono de la contracultura juvenil. Juntos, uno con traje oscuro, el otro con su característico atuendo, posan sonrientes en una fotografía que, con el tiempo, se convertiría en la más solicitada del Archivo Nacional estadounidense.
Detrás de esa imagen se esconde una historia sorprendente. En 1970, ni Nixon ni Presley estaban en su mejor momento. Nixon, aunque había ganado la presidencia en 1968, se enfrentaba una creciente desconfianza pública por su manejo de la guerra de Vietnam, las protestas estudiantiles y las tensiones sociales. Su obsesión por la seguridad, el orden y el control del discurso público lo llevó a rodearse de un equipo cerrado, cada vez más paranoico, en lo que sería la antesala del escándalo Watergate.
Elvis, por su parte, vivía una etapa de decadencia personal y profesional. Después de años triunfando como músico y actor, su estrella comenzaba a apagarse. Su salud física y mental estaba deteriorada, consumía una gran cantidad de medicamentos —todos prescritos por médicos, que conste— y comenzaba a obsesionarse con ideas conspirativas sobre el comunismo, las drogas y la destrucción de los valores tradicionales estadounidenses. En medio de esa espiral, Presley desarrolló una insólita vocación: convertirse en agente encubierto para combatir a quienes consideraba una amenaza para Estados Unidos.
La carta
La historia comienza, sorprendentemente, en un avión. El 20 de diciembre de 1970, tras una discusión con su esposa Priscilla y su padre Vernon, Presley abandonó su residencia en Graceland (en Memphis, Tennesee) y voló sin previo aviso a Washington D.C. Durante el vuelo, escribió a mano una carta de cinco páginas dirigida al presidente Nixon. En ella, Elvis se presentaba como “el tipo de persona que puede llegar a los jóvenes”, expresaba su preocupación por el creciente peligro de la droga en la juventud de su país y solicitaba una reunión privada con el presidente para ofrecerse como colaborador en la lucha contra el narcotráfico y el comunismo (sí, las dos cosas). Lo más increíble de esta carta es que Presley, quien había escrito solo cuatro cartas en toda su vida, decidió que esta misiva debía entregarla en mano. Al llegar a Washington se dirigió personalmente a la Casa Blanca, donde habló con uno de los agentes del Servicio Secreto en la entrada principal y le dejó la carta con una foto como prueba de identidad. Después, se registró en un hotel y esperó.
En un primer momento, los asistentes de Nixon pensaron que se trataba de una broma. Pero tras verificar la autenticidad del documento y la presencia de Presley en la ciudad, decidieron aceptar el encuentro. Nixon, siempre atento a los réditos políticos de cualquier gesto, vio la oportunidad de conectar con un ídolo popular y mejorar su imagen ante los jóvenes, un electorado cada vez más hostil.
El encuentro
Así, al día siguiente, el 21 de diciembre, a las 12:30 del mediodía, Elvis Presley ingresó por la puerta sur de la Casa Blanca. Dos de los principales asesores de Nixon, Dwight Chapin y Egil Krogh, prepararon la reunión. Elvis vestía una capa púrpura, un cinturón de gran tamaño, gafas oscuras y llevaba consigo un regalo: una Colt 45 dorada, que ofreció como obsequio personal al presidente. No se la dejaron entrar, obviamente, pero la guardaron para dársela posteriormente a Nixon. Esta pistola permanece hoy en la Biblioteca Presidencial Richard Nixon como una pieza de la colección.
El encuentro duró casi una hora. Y aunque no se conservan grabaciones ni transcripciones oficiales del diálogo, los asistentes y documentos posteriores permiten reconstruir una conversación tan surrealista como reveladora. Presley expresó su amor por el país, su preocupación por la pérdida de valores y su deseo de colaborar con el gobierno para “llegar a los jóvenes” y luchar contra el narcotráfico. En un momento dado, le pidió a Nixon que lo nombrara “agente federal encubierto de la Oficina de Narcóticos y Drogas Peligrosas” o que, almenos, le diera un pin de esa oficina para ponérsela. De hecho, a lo largo de los años, Presley coleccionaría decenas de placas de policía de diferentes departamentos y agencias, junto con una amplia colección de armas. Nixon aceptó la propuesta y ordenó que se le entregara un “pin” federal. Al final del encuentro, Nixon también le entregó a Elvis diversos souvenirs de la Casa Blanca: botones, gemelos y una pluma presidencial.
El secreto
Pese a la notoriedad del encuentro, tanto Nixon como Presley decidieron mantenerlo en secreto. No hubo rueda de prensa ni comunicado oficial. Ni siquiera el personal de la Casa Blanca sabía que Elvis había estado allí, más allá de quienes lo recibieron. Durante trece meses, nadie habló del asunto. Fue uno de esos secretos que, por razones aún poco claras, todos los involucrados decidieron guardar.
El silencio se rompió de forma inesperada en 1972, cuando un periodista, revisando las memorias de John Finlator —subdirector de la Oficina de Narcóticos y Drogas Peligrosas— encontró una referencia a la reunión y al badge otorgado a Presley. La noticia causó sensación. La fotografía del encuentro fue publicada y comenzó a circular por todo el país. Desde entonces, se convirtió (y aún lo es hoy en día) en uno de los documentos visuales más solicitados del archivo presidencial.
Lo más inquietante de esta historia es la ironía final: Presley, nombrado “agente federal antinarcóticos”, moriría siete años más tarde a causa de una sobredosis de medicamentos. El 16 de agosto de 1977, Elvis fue hallado sin vida en el baño de su mansión de Graceland. La autopsia reveló la presencia de múltiples drogas en su organismo, entre ellas codeína, morfina, valium y barbitúricos. Aunque todas eran medicamentos legales, la cantidad y combinación resultaron letales. Nixon, ya fuera de la presidencia tras su renuncia en 1974 por el escándalo Watergate, se apresuró a subrayar públicamente que Presley había consumido “sustancias legales”, intentando proteger tanto la imagen del cantante como la propia.
Política pop: el poder de la imagen
Más allá de la anécdota, este episodio es una muestra temprana de la fusión entre política y cultura pop. Nixon, un político tradicional, comprendió el valor simbólico de asociarse con una figura como Presley. En cierto modo, el episodio anticipa lo que décadas más tarde se convertiría en la norma: presidentes y líderes políticos buscando legitimidad en el mundo del espectáculo, participando en programas de entretenimiento, codeándose con celebridades, usando el poder de la imagen para humanizarse y ganar popularidad. En estos tiempos, con influencers. Presley, por su parte, encontró en la política una vía para sentirse útil y reconocido. En su mente, no era un gesto banal: realmente creía que podía hacer algo.
Presley buscaba redención, reconocimiento y propósito. Nixon, popularidad. Ambos atravesaban momentos de profunda inseguridad.
Política Creativa es una iniciativa de Xavier Peytibi (ideas y recomendaciones) y de Juan Víctor Izquierdo (tecnología). Puedes leer todos los contenidos en www.politicacreativa.com
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