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Umberto Eco: el impulsor de la semiótica

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En esta sección queremos darte a conocer figuras que nos parecen clave y cuya obra y legado creemos que merece la pena conocer.

may 20, 2025
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Umberto Eco: el impulsor de la semiótica
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Quién fue

Umberto Eco (1932–2016) fue una de las figuras intelectuales más influyentes del siglo XX. Filósofo, semiótico, medievalista, crítico literario, novelista y agudo observador de la cultura de masas, llegó a reunir una biblioteca personal de más de 50.000 volúmenes. Nacido en Alessandria, Italia, se doctoró en filosofía en la Universidad de Turín con una tesis sobre la estética en Tomás de Aquino. Desde sus primeros pasos, Eco mostró una profunda pasión por el lenguaje, la interpretación y la historia de las ideas, que marcaría toda su trayectoria.

Tras doctorarse, trabajó como editor cultural en la RAI, la radiotelevisión italiana, y ejerció la docencia en las universidades de Turín, Florencia y Milán entre 1956 y 1964. En ese periodo entró en contacto con el Gruppo 63, un colectivo de artistas, músicos y escritores experimentales que influiría en su posterior obra literaria.

A partir de los años sesenta, Eco desarrolló un enfoque propio que combinaba el estructuralismo, la filosofía del lenguaje, la estética medieval y la teoría de la interpretación. Su influencia creció rápidamente, siendo invitado a impartir clases y conferencias en universidades de todo el mundo. En 1975 obtuvo la cátedra de Semiótica en la Universidad de Bolonia, donde fundó y dirigió el Centro Internacional de Semiótica y Lingüística. Desde allí formó a varias generaciones de investigadores y consolidó una escuela de pensamiento que proyectó su influencia más allá del ámbito italiano.

Así, Eco fue uno de los grandes impulsores de la semiótica como disciplina moderna, contribuyendo a su consolidación como campo autónomo dentro de las ciencias humanas. Entendía la semiótica no solo como una técnica analítica, sino como una herramienta crítica para interpretar el mundo. Por ejemplo, analiza cómo un cartel con una calavera y dos tibias cruzadas comunica peligro o veneno sin necesidad de palabras: la fuerza del signo reside en su capacidad de activar un código cultural compartido. Este tipo de análisis también se aplica a la comunicación política: por ejemplo, cuando una candidata aparece en un cartel vestida con ropa informal, rodeada de gente en un mercado y acompañada del eslogan “Una de las nuestras”, está activando signos de cercanía, pertenencia y empatía, más allá del contenido explícito de su programa. La semiótica permite entender cómo estos relatos visuales y simbólicos influyen en la percepción del electorado.

Semiótica, apocalípticos e integrados

En el ámbito académico, Umberto Eco fue tanto un constructor de teorías como un divulgador excepcional. Su Tratado de semiótica general (1975) es una obra monumental que propone una arquitectura teórica rigurosa y ambiciosa para el estudio de los signos, integrando aportes de la lingüística, la filosofía, la lógica y la teoría de la comunicación. Para Eco, todo fenómeno cultural puede ser interpretado como un sistema de signos: desde una obra de arte hasta una camiseta, una campaña electoral o un gesto cotidiano.

Complementó su trabajo teórico con obras como La estructura ausente o Lector in fabula, donde explora el papel activo del receptor en la construcción del significado. Fue también pionero en borrar las fronteras entre alta cultura y cultura popular, mostrando que los signos operan con la misma lógica tanto en una catedral gótica como en una historieta.

La proyección pública de Eco se multiplicó con la publicación de su primera novela, El nombre de la rosa (1980), un fenómeno editorial global que combinaba erudición medieval, novela detectivesca y reflexión metalingüística. Le siguieron El péndulo de Foucault, La isla del día antes y El cementerio de Praga, todas con un mismo sustrato: la fascinación por los signos, el conocimiento y el poder.

Pero quizás su libro más influyente entre los estudiosos de la cultura fue Apocalípticos e integrados (1964), una recopilación de ensayos que analiza las respuestas ideológicas ante la expansión de la cultura de masas en la sociedad contemporánea. En él, Eco identifica dos actitudes enfrentadas: por un lado, los "apocalípticos", generalmente procedentes del ámbito intelectual o humanista, que ven en los medios de comunicación y en la cultura popular una degradación de los valores estéticos, éticos y cognitivos; por otro, los "integrados", que abrazan sin reservas las manifestaciones de la industria cultural y confían en sus beneficios democratizadores y modernizadores.

Eco no se sitúa en ninguno de estos polos, sino que propone una tercera vía crítica: un análisis semiótico que permita comprender los productos culturales de masas no como meras mercancías o manipulaciones, sino como textos complejos, con múltiples niveles de sentido, capaces tanto de reproducir ideologías dominantes como de ser apropiados por los públicos de forma creativa.

«La cultura de masas es, en parte, el producto de una técnica de reproducción, pero también es el producto de una nueva actitud espiritual».

De hecho, destaca el papel del receptor como sujeto activo en la interpretación de los mensajes, anticipando así muchas de las teorías posteriores sobre recepción y consumo cultural:

«La comunicación de masas no impone contenidos, sino que propone significados que el receptor reelabora».

El libro no solo ofrece una reflexión aguda sobre el cine, la televisión, el cómic o la música popular de su tiempo, sino que también introduce herramientas conceptuales —como el análisis de códigos, la función del mito o la intertextualidad— que resultan clave para entender las actuales transformaciones de la esfera pública mediática, desde la televisión hasta los algoritmos. En un entorno saturado de contenidos y plataformas, la distinción entre apocalípticos e integrados sigue vigente, aunque con nuevas modulaciones: los catastrofistas digitales frente a los tecnoutópicos, el rechazo a las redes sociales frente a su aceptación acrítica. Eco, con medio siglo de anticipación, ya advertía que el verdadero desafío no era condenar o celebrar los medios, sino leerlos con lucidez, entender su gramática y detectar sus formas de poder:

«Hay que aprender a analizar los mitos modernos, no para condenarlos, sino para comprenderlos».

El nombre de la rosa y la política

La ficción de Umberto Eco es inseparable de su pensamiento político, ya que sus novelas funcionan como ensayos narrativos que exploran los mecanismos del poder, la ideología y la construcción del sentido. El nombre de la rosa, que deberíais ver inmediatamente si no lo habéis hecho, no es solo una novela policial ambientada en un monasterio del siglo XIV, sino una compleja reflexión sobre el poder del conocimiento, la censura, la interpretación y la resistencia intelectual frente a los dogmas. La intriga gira en torno a una serie de muertes misteriosas en una abadía que custodia una biblioteca monumental, un espacio que simboliza a la vez el deseo de saber y los límites impuestos a ese deseo por las estructuras de autoridad. La biblioteca —laberíntica, inaccesible, regida por reglas herméticas— funciona como metáfora del saber monopolizado por las élites, mientras que el personaje de Guillermo de Baskerville representa una actitud racional, crítica y abierta, capaz de cuestionar los discursos establecidos mediante la duda metódica y la interpretación contextual.

«Quien domina los libros, domina el pensamiento».

Eco construye así una alegoría del conflicto entre razón y fe, entre interpretación y dogmatismo, entre libertad intelectual y represión institucional. En este sentido, la novela anticipa algunas de sus preocupaciones más explícitamente políticas, como el peligro del pensamiento único, la manipulación simbólica del poder y la necesidad de una ciudadanía capaz de leer críticamente los signos del mundo. El conocimiento, en El nombre de la rosa, no es neutral ni inocente: es un campo de batalla ideológico donde se dirime quién tiene derecho a acceder al saber, a interpretarlo y a difundirlo.

El ur-fascismo y la manipulación del lenguaje

Uno de los textos más citados de Eco en el ámbito político —y que también recomiendo leer entera cuando podáis— es su conferencia "El fascismo eterno" (1995), también conocida como "Ur-Fascismo". Allí plantea que el fascismo no es solo un fenómeno histórico del siglo XX, sino una tendencia ideológica siempre latente, que puede reactivarse con diferentes máscaras. En lugar de definir el fascismo por una doctrina unificada, Eco propone una serie de rasgos recurrentes: el culto a la tradición, el rechazo de la modernidad, la xenofobia, la obsesión por el complot, el machismo, la manipulación del lenguaje y el populismo emocional.

Este "ur-fascismo", dice Eco, es contradictorio y camaleónico, pero siempre reconocible en su estructura emocional. Lo importante no es su forma exterior, sino su capacidad para operar a través del miedo, el resentimiento y la supresión de la diversidad.

Eco advierte también sobre la degradación del lenguaje político, y enlaza esta preocupación con la "neolengua" de Orwell. La reducción del vocabulario, el uso de eslóganes vacíos y la simplificación del discurso son estrategias para limitar el pensamiento crítico. En este sentido, el lenguaje no solo nombra el mundo, sino que puede deformarlo o empobrecerlo. La responsabilidad del intelectual, entonces, no es solo describir la realidad, sino resistirse a su banalización.


Política Creativa es una iniciativa de Xavier Peytibi (ideas y recomendaciones) y de Juan Víctor Izquierdo (tecnología). Puedes leer todos los contenidos en www.politicacreativa.com

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