¿Vivimos en la era de los monstruos? La visión de Gabriel Colomé
Resumen de la conferencia inaugural, de Gabriel Colomé, en el Congreso de ALICE de Granada.
Del 24 al 26 de septiembre tuvo lugar, en la facultad de Ciencia Política de la Universidad de Granada, el XI Congreso Internacional de Comunicación Política y Estrategias de Campaña, organizado por ALICE. La charla inaugural estuvo protagonizada por Gabriel Colomé, actual Senador de España, pero con una larga carrera como académico y consultor. Es profesor titular de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Fue impulsor y director del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) de la Generalitat de Cataluña entre 2005 y 2011, y ha participado activamente en la política local como concejal en el Ayuntamiento de Barcelona. También trabajó como asesor en comunicación, entre otros, para Josep Borrell cuando fue ministro. Es autor de diferentes libros, como El príncipe mediático, El Príncipe en campaña, Las lágrimas del Príncipe y La Cataluña insurgente.
El punto de partida de Colomé es el austericidio de 2008, es decir, la combinación de crisis económica global y políticas de ajuste extremo que destruyeron la confianza ciudadana en la estabilidad del sistema económico y político. La magnitud de la crisis fue tal que hundió la confianza en el futuro, haciendo que muchas personas percibieran que la realidad no dejaba espacio para la esperanza. En este contexto surgieron soluciones políticas extremas y simplistas, que ofrecían certezas frente a la complejidad de los problemas reales. Soluciones fáciles frente a dilemas estructurales.
El resultado fue un malestar democrático generalizado, que derivó en desafección política. Los síntomas de esta desafección son claros: insatisfacción con la realidad cotidiana, sensación de desamparo y abandono por parte de las instituciones, miedo a la incertidumbre, frustración por la falta de oportunidades y sin respuesta efectiva del sistema político. En este clima, los ciudadanos buscan —y algunos partidos políticos ofrecen— opciones simples y binarias, donde se reduce la complejidad de los problemas a fórmulas del tipo “nosotros contra ellos” o “sí o no”, dejando de lado matices, negociación y deliberación.
El populismo moderno no es un fenómeno marginal o simplemente de protesta, sino un vector político central que articula estos malestares sociales en un mensaje coherente para determinados segmentos de la población. Sus indicadores son claros: rechazo a los profesionales de la política, anti-elitismo explícito, predominio de emociones frente a la racionalidad en la toma de decisiones, recurrencia a la demagogia, desconfianza hacia instituciones, y comunicación directa hacia la base del movimiento. Este populismo no se limita a la clásica división izquierda-derecha, sino que reduce la política a mensajes simples, donde todo se define en términos binarios: arriba o abajo, seguidor o enemigo, local o global. Con ello, se pierde la noción de bien común, y la política deja de centrarse en la gestión colectiva de problemas para enfocarse en la confrontación simbólica y emocional.
El siguiente paso es el ciberpopulismo, la manifestación digital de este fenómeno. En las redes sociales, se construye una democracia participativa en tiempo real, donde todos pueden expresarse y, en teoría, construir un ágora moderna. Sin embargo, este espacio digital termina sustituyendo el espacio público tradicional por un espacio publicitario: la interacción política se vuelve espectáculo, comunicación de masas segmentada y manipulación de emociones, más que deliberación o debate informado. En este contexto, surge la pregunta clave: ¿es la democracia rehén de las redes sociales?
Un elemento crucial de esta era es la posverdad, definida como la centralidad de la mentira y la manipulación emocional sobre los hechos. La opinión pública queda atrapada por emociones, rumores y percepciones, y las redes sociales se convierten en el instrumento principal de esta manipulación. Donald Trump sería el profeta de esta dinámica, con sus 55.000 tuits durante su primer mandato, donde predominaban mensajes diseñados para moldear emociones, polarizar y transformar la percepción de la realidad.
Los síntomas que caracterizan esta nueva comunicación política son: la política como espectáculo, la exclusión de los más débiles, la manipulación en tiempo real de las emociones, la propagación de noticias falsas, y la asunción de mentiras como verdades porque así se sienten. La dinámica es la siguiente: se descalifica el hecho, no se presentan pruebas, se afirma que el adversario es culpable, se repite el mensaje en redes, y los medios amplifican la duda. Al final, la mayoría termina acreditando la mentira, consolidando lo que se podría llamar la trilogía de la comunicación actual: populismo, posverdad y fake news.
Aunque esta dinámica parece nueva, en realidad es la propaganda del siglo pasado reaplicada en un entorno digital y acelerado. Representa la rebelión de los excluidos, quienes no votan para encontrar soluciones, sino para mostrar su malestar y frustración, reaccionando a la sensación de que “el ascensor social no funciona”. Esto se entrelaza con fenómenos contemporáneos como el wokismo, entendido como señalización ideológica o cultural que puede generar polarización adicional.
Se conecta también con teorías económicas y políticas, como las de Ayn Rand sobre el egoísmo racional y con el concepto de autoritarismo competitivo, donde los líderes buscan perjudicar a la oposición para asegurar su permanencia en el poder. En este marco, los autócratas pueden ser reelegidos y las instituciones son transformadas en armas políticas, usadas para intimidar medios y sociedad civil.
El mensaje final de Colomé es claro: “los monstruos ya están aquí”. No se trata de un fenómeno futuro o marginal, sino de un cambio de era. La política contemporánea se mueve en un entorno emocional, y los ciudadanos y las instituciones deben adaptarse o enfrentarse a las consecuencias de esta nueva realidad.
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